¿REFORMAR
LA ORTOGRAFÍA O REFORMAR LA ENSEÑANZA DE LA ORTOGRAFÍA?¿Es
necesario reformar la ortografía española? El debate que abrió Gabriel García
Márquez en el Congreso de Zacatecas sigue generando encendidas polémicas. Quizás
lo que se debería reformar sea la metodología de enseñanza de esta disciplina.
José Mª. Echauri González*
1) Reforma de la ortografía. Consideraciones generales.
La
necesidad, posibilidad, conveniencia o inconveniencia de una reforma ortográfica
es un tema recurrente cuya última aparición estelar en los medios de comunicación
tuvo lugar no hace mucho, a raíz de las declaraciones del premio Nobel Gabriel
García Márquez en el foro de Zacatecas.
La propia Real Academia, en la última edición de su Ortografía
(1999), se siente obligada a dar respuesta, de manera un tanto beligerante, a
quienes postulan la necesidad de una reforma (“arbitristas de la ortografía” les
llama). El redactor del prólogo ensaya una justificación histórica en la que culpa
a los reformistas radicales de haber provocado con sus excesos la promulgación
de la Real Orden de abril de 1844, que oficializó la ortografía de la Academia
y frenó el proceso de reformas, pausadas pero constantes, que se había producido
hasta entonces. El prólogo de la Ortografía de 1999 acaba apelando a la
prudencia y a la obligación de preservar la unidad del idioma y de hacerlo mediante
el consenso de todas las Academias del mundo hispánico.
Este objetivo establece, desde luego, una prioridad absoluta.
En la cuestión del mantenimiento de la unidad idiomática el consenso parece incontestable,
partidarios de la reforma incluidos. Pero quizá cabría preguntarse si las actitudes
excesivamente timoratas no pueden ser, a la larga, igualmente peligrosas para
dicha unidad y si la unión de las Academias hispanas no corre el riesgo de convertirse
en un organismo demasiado mastodóntico, con capacidad de reacción anulada por
la propia necesidad de consenso, en una época en que los cambios se producen y
se propagan de forma vertiginosa y con gran poder de penetración en el tejido
social, una época en que la capacidad de reacción y adaptación rápida a esos cambios
es vital.
En este sentido, un peligro real para la unidad de la lengua
y para la posición del español en la escena internacional lo constituye la falta
de estrategias comunes en el terreno de la terminología científica y técnica y
la escasa capacidad de reacción ante la avalancha de préstamos y neologismos,
que hace que convivan en el uso soluciones dispares a una misma necesidad terminológica
o adaptaciones distintas de la misma palabra extranjera. Parece claro que la capacidad
de intervención de la Academia en estas cuestiones es muy limitada, pero es que
la Academia no es, o no debería ser, la única institución a la que concierne lo
que atañe a la lengua y todo lo relacionado con una política y una planificación
lingüísticas coherentes.
En lo que respecta a la ortografía, determinar la necesidad o
no necesidad de una reforma, su posibilidad y su carácter implica el análisis
de tal cantidad de factores y afecta a tantos sectores de la actividad económica
y cultural, y de modo tan importante, que desborda completamente las posibilidades
y las atribuciones de la Academia o, mejor dicho, de las Academias del ámbito
hispánico.
De esta manera, ministerios, centros superiores de investigación,
organismos de coordinación de políticas lingüísticas (¿existen?), la universidad,
el profesorado de primaria y secundaria, los medios de comunicación, la industria
editorial, los expertos en las llamadas “industrias de la lengua” y en las nuevas
formas y modalidades de comunicación electrónica, deberían tener una participación
activa y, dentro de lo posible, coordinada en ese proceso. ¿Semejante movilización
simplemente para evaluar la posibilidad de una reforma que al final puede no producirse?
Pues sí, pero es que la cuestión ortográfica no es la única implicada. Un proceso
de esas características no sólo no sería estéril, sino enormemente necesario a
condición de afrontarlo bajo determinadas premisas:
a) Que la cuestión ortográfica se sitúe en la perspectiva
correcta, dentro de un cuadro mucho más amplio, definido entre otros factores
por:
-Las nuevas necesidades de la enseñanza en general y de la enseñanza
de la lengua en particular (y no sólo de la ortografía), debidas a cambios sociales
y culturales profundos, y de signo distinto según los países.
-La situación actual y las posibilidades de evolución del estado
del español en el mundo Aquí cabría considerar también la diversidad de situaciones
en las que el español está en contacto, coexistiendo sobre el mismo territorio,
con otras lenguas, tanto en España como en Hispanoamérica y en Estados Unidos.
-El desarrollo de las nuevas tecnologías de información y comunicación,
y las necesidades y posibilidades que conllevan.
b)Que se tenga muy presente que una reforma ortográfica
no sería una panacea, especialmente en lo referido a la enseñanza de la lengua.
De ningún modo habría que esperar que acabara con los problemas, ni siquiera los
ortográficos; si acaso, que ayudara a ver con mayor claridad los problemas más
profundos. Como apunta J. Polo: “Por supuesto, hay que eliminar inmediatamente
la idea de una posible reforma ortográfica para que los alumnos a quienes se les
suspende por la mala ortografía puedan aprobar”1.
Tal vez así, la cuestión ortográfica deje de funcionar como el
árbol que impide ver el bosque y pueda convertirse en el detalle que capta nuestra
atención y dirige nuestra mirada al interior del cuadro permitiéndonos ver las
líneas de composición del conjunto.
2) Pros y contras de una reforma de la ortografía.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de reformar la ortografía?
En general, las propuestas reformistas han ido siempre encaminadas a instaurar
en la ortografía el principio fonémico que Jesús Mosterín define como la “correspondencia
biunívoca entre el sistema de los fonemas y el de las letras”2.
Se trataría, pues, de eliminar en la mayor medida posible las discrepancias entre
los fonemas de una lengua y su representación gráfica con el fin de racionalizar
la norma y facilitar su aprendizaje.
En el español la tendencia al foneticismo se remonta a las prácticas
escriturarias de la cancillería de Fernando III (Sánchez-Prieto Borja, 1996) y,
aunque más tarde la ortografía del español entró en una dinámica de gran inestabilidad
y variabilidad en el uso, esta tendencia siempre estuvo presente, con defensores
tan ilustres como Nebrija. Cuando la RAE comenzó su labor, constituyó un criterio
decisivo en la actividad reguladora y prescriptiva de esta institución. De este
modo, aun con las distorsiones creadas por la influencia de los otros criterios
empleados (etimología, uso y discriminación de homófonos, etc.), la ortografía
española es de las que más se acercan al ideal fonémico; este hecho y la facilidad
relativa de su aprendizaje, en comparación con lenguas como el francés o el inglés,
ha sido siempre utilizado como argumento por quienes se oponen a una reforma significativa.
Por el contrario, los partidarios de reformas profundas lamentan la oportunidad
perdida al no haberse aplicado este criterio en su totalidad y creen que las discrepancias
resultantes entre fonemas y letras no permiten hablar de facilidad en el aprendizaje
de la ortografía y que, por el contrario, son lo suficientemente grandes para
justificar la reforma.
La polémica tiene, desde luego, una vertiente teórica con sus
argumentaciones lingüísticas sobre la verdadera naturaleza de las relaciones entre
lengua hablada y escrita, posibilidad o imposibilidad real de una escritura verdaderamente
fonémica, etc.; pero lo que le da aliento, lo que la convierte en un debate social
son los aspectos relacionados con la lingüística aplicada: la tensión entre diversidad
y unidad lingüística, la consideración social de la norma y su posible funcionamiento
como elemento de discriminación, las necesidades educativas, etc. Haciendo un
balance de urgencia de los posibles argumentos en uno u otro sentido, podríamos
señalar:
A favor:
Facilitar la tarea de aprendizaje de la lengua escrita y liberar
el tiempo y la energía que ahora se consume debido a las inconsecuencias del sistema
ortográfico. Se favorecería de este modo la solución de necesidades como la alfabetización
masiva, todavía pendiente en países hispanoamericanos, o la extensión de una enseñanza
de calidad para toda la población hasta niveles de mayor edad, que demandan las
sociedades modernas. Contribuiría, asimismo, a la mayor difusión del español facilitando
la tarea a quienes lo aprenden como segunda lengua.
Al hacer más racional la norma, se contribuiría a que los usuarios
de la lengua la aceptaran más fácilmente y adquirieran un mayor grado de compromiso
con ella.
Facilitar el uso del español en los foros internacionales, en
la traducción de documentación, legislación, etc.
La escritura fonémica podría constituir una ventaja importante
de cara a la generalización de las nuevas tecnologías de la comunicación y los
procesos asociados a ellas: Internet, comercio y correo electrónico, etc.
Contribuir al mantenimiento de la unidad de la lengua al acercar
la norma a un mayor número de hablantes y facilitar su uso en los nuevos foros
de comunicación.
En contra:
Constituir un gasto excesivo, difícil, si no imposible, de afrontar
para los gobiernos y las industrias implicadas.
Crear confusión en los que se hubieran educado en las normas
actuales, que podrían tener la sensación de extrañamiento, tanto en la lectura
como en la escritura. La confusión podría extenderse a quienes aprendieran con
las nuevas normas a través de la pervivencia de un gran volumen de libros y documentación
impresos con las viejas normas y que sería muy difícil sustituir durante un largo
plazo de tiempo.
Posibilidad de suscitar actitudes de rechazo que podrían provenir
tanto de conservadores recalcitrantes como de reformistas descontentos con el
alcance de la reforma, con el consiguiente peligro para la unidad de la lengua.
Que no resolvería el problema educativo, pues la reforma afectaría
sobre todo a la ortografía de las letras y, sin embargo, los errores más importantes
y numerosos son los concernientes a las normas de acentuación y puntuación, que
apenas habría necesidad de reformar.
Es posible que una ortografía fonémica fuese un sistema más eficiente,
pero puede que los costes y los riesgos del cambio superasen a los beneficios.
A fin de cuentas, la pura eficiencia técnica no es el único criterio que influye
en que un sistema se imponga y sobreviva. Aunque parezca paradójico en un mundo
regido por la técnica, estamos rodeados de ejemplos de lo contrario; no tenemos
más que fijarnos en la disposición de las letras en los teclados de nuestras máquinas
de escribir y ordenadores.
3) Una aproximación a la enseñanza de la ortografía.
Nos interesa centrarnos en un tema que últimamente aparece casi
siempre asociado al de la reforma ortográfica, las lamentaciones generalizadas
por las carencias ortográficas de los alumnos de nuestro sistema educativo desde
la educación primaria a la universidad. Estas lamentaciones son justificadas:
de un extremo a otro del sistema educativo, las faltas de ortografía son una realidad
omnipresente frente a la que el profesorado se siente a menudo impotente y sin
saber muy bien cómo actuar.3
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Hay una tendencia muy acusada
a caer, cuando se trata este tema, en una especie de idealización del pasado que
convierte el problema en un asunto de simple decadencia. Es lo que parece desprenderse
de afirmaciones como ésta: “antes se dominaba la ortografía a los 10 años, con
ocasión del examen de Ingreso en el Bachillerato Elemental. Hoy en la universidad
española ni siquiera los estudiantes de Filología la manejan con seguridad”4.
No discuto la veracidad de lo segundo, pero me atrevería a dudar seriamente de
lo primero, que he oído repetido muchas veces. Porque, al margen de que habría
que acordar qué se entiende por dominar la ortografía, si no se matiza, podría
parecer que todo el mundo, todos los niños en edad escolar, dominaban la ortografía
a los 10 años, lo que equivaldría a afirmar que todos los españoles, y españolas,
mayores de 40 años –es decir, los padres de quienes hoy tienen tantos problemas–
manejan perfectamente la ortografía española. Y eso, me parece, no resiste el
menor contraste con la realidad.
Por otra parte, es posible que antes (¿hace cuántos años?) no
accediera a la universidad nadie que no tuviera un correcto manejo de la ortografía;
pero eso no deja de tener su lado oscuro, porque si, de un lado, significa que
los filtros funcionaban mejor –y quizá que se enseñaba mejor a unos pocos– , de
otro implica que también se impidió el acceso a la enseñanza superior, y quizá
en muchos casos aun a la secundaria, a quienes simplemente tenían problemas disléxicos
o similares, que entonces eran prácticamente desconocidos y que todavía hoy siguen
sin tener un tratamiento adecuado en muchos casos.
Un ejemplo igualmente ilustrativo lo constituye la afirmación
de que nuestros escolares cada vez leen menos, lo cual suele aducirse como una
de las causas de la indigencia ortográfica y expresiva en general, cuando lo que
realmente se quiere afirmar, supongo, es que el nivel de lectura en este país
continúa siendo insuficiente, afirmación bien distinta y que uno está dispuesto
a compartir plenamente, incluso elevando el insuficiente a muy insuficiente. Pero
que el porcentaje de lectores o el nivel medio de lectura sean inferiores a los
del pasado, es difícil de creer si comparamos los índices de alfabetización y
escolarización o los datos de la actividad editorial, por ejemplo.
Por lo demás, no sólo en los escritos de nuestros estudiantes
se encuentran motivos de alarma y lamentación. Los medios de comunicación escrita
prodigan errores que sobrepasan lo excusable por la premura o los socorridos duendes
de imprenta; en los medios audiovisuales se extiende como la peste una prosodia
cada vez más abracadabrante y aún está reciente la decisión de una de las principales
empresas del país de proscribir la tilde de la palabra que constituye su imagen
corporativa (aunque en esto, *Telefonica sigue la estela de *EL PAIS).
Y para mostrar que, también en cuestiones ortográficas, donde menos se espera
salta la liebre, uno puede toparse con un libro, publicado por una universidad
española, en cuya portada se pueden leer las palabras teoría, ortográfica,
lingüística y crítica, todas ellas sin tilde5.
Volviendo a centrarnos en el sistema educativo, no se trata de
restarle magnitud al problema, ni de justificar nada, sino de apuntar más certeramente
a las causas, de tener una visión más completa de éstas, y de relacionarlas con
el contexto en el que el problema ha tomado su dimensión actual. Tendríamos pues
que considerar con detenimiento los cambios producidos en el terreno educativo
y social en los últimos veinticinco o treinta años: básicamente la extensión de
la escolarización obligatoria y no obligatoria a niveles de edad y capas sociales
donde no habían llegado antes, todo ello en medio de un proceso de cambios sociales
y culturales enormes que han afectado radicalmente a las formas de vida y a las
escalas de valores de gran parte de la población española. Y esto, llevado a cabo
con medios precarios: con maestros y profesores que, en su gran mayoría, no habían
sido formados para afrontar ese reto, pues se encontraban con que los viejos métodos
no funcionaban y tenían que aprender los nuevos y experimentar por su cuenta y
sobre la marcha; con unos programas oficiales inadecuados que estaban lejos de
ser producto de una reflexión seria sobre qué significaba enseñar lengua en las
nuevas condiciones, qué lengua había que enseñar y cómo había que enseñarla y
que, cuando se proponían una renovación, lo hacían por el método, aún en vigor
me temo, de intentar incorporar lo último en lingüística, o lo que pasaba por
tal en el momento. Muchos de quienes hemos ido nutriendo las filas del profesorado
en estos años salían de una universidad que estaba soportando -mal- su propia
masificación y que ha estado, en líneas generales, de espaldas a este proceso
y a las necesidades de la enseñanza de la lengua en particular, al menos hasta
hace bien poco.
En este marco y en el de una progresiva desvalorización social
de la profesión docente, las respuestas de maestros y profesores han cubierto
todo el espectro de posibilidades: de los esfuerzos denodados por construir alternativas
y soluciones pedagógicas, hasta la responsabilización de todos los males a la
actitud de los alumnos.
Se ha señalado también cómo en éste, al igual que en otros temas
que afectan a la competencia lingüística, los profesores de los distintos niveles
han tendido a pasarse la responsabilidad de unos a otros. En el caso concreto
de la enseñanza media, hay que reconocer que ha sido actitud frecuente, y aún
lo sigue siendo, la de pensar que los alumnos deben llegar a ese nivel con la
ortografía básica perfectamente dominada y que es tarea y responsabilidad personal
de quien no cumpla ese requisito hacer lo necesario para cubrir tal carencia.
A lo sumo, el profesor puede recomendar la utilización de alguno de los métodos
de autoaprendizaje ortográfico existentes en el mercado y, como mucho, supervisar
su realización. Esta práctica revela que el aprendizaje de la ortografía sigue
concibiéndose en gran medida como una cuestión aislada, planteada al margen del
aprendizaje del resto de aspectos lingüísticos6.
Lo mismo se refleja en una actitud simétrica: el profesor, espantado ante la incuria
ortográfica de sus alumnos, decide dedicar una parte importante del horario a
trabajar la ortografía realizando ejercicio tras ejercicio, normalmente siguiendo
el orden marcado por la exposición de las reglas. Un repaso a los materiales disponibles
para trabajar la ortografía evidencia que la inmensa mayoría están planteados
de esa manera, es decir, de nuevo la ortografía considerada aisladamente del resto
del aprendizaje lingüístico. No es que la realización de este tipo de ejercicios
sea completamente inútil, pero su reiteración resulta tediosa, propicia la realización
mecánica. Su pecado capital –que comparte con otros tipos de ejercicios lingüísticos
de léxico, de corrección gramatical, etc.– es la descontextualización, que hace
que tengan un rendimiento muy escaso.
Porque, aparte de su inserción en el aprendizaje de aspectos
como el léxico o la morfosintaxis, la enseñanza de la ortografía debe ligarse
muy especialmente a dos vertientes: la oralidad y la escritura.
Hay que educar el oído y cuidar la producción oral con unos planteamientos
ortológicos claros y esto puede y debe hacerse desde edades tempranas, en los
primeros momentos de la escolarización. Aquí, antes incluso del aprendizaje de
la lectoescritura, están ya implicadas todas las cuestiones ortográficas: por
un lado, gran parte de los problemas con la acentuación proceden de las dificultades
para discriminar correctamente las sílabas y para identificar la sílaba tónica
de las palabras; por otro, la ortografía literal depende, en primer lugar, de
la correcta discriminación de los fonemas y, como recuerda Sánchez-Prieto, “la
lectura en voz alta (o interior) constituye el nexo necesario entre sistema escrito
y oralidad, entre grafía y fonética”7, esto será
así tanto con reforma como sin ella y no es difícil advertir los beneficios que
pueden seguirse, para un mejor aprendizaje de la lectura, de un trabajo sistemático
y bien planificado sobre la lengua oral en las etapas previas. Por último, es
evidente que si no se aprende a leer bien la puntuación y no se educan oído y
mente en la percepción del íntimo engarce existente entre el ritmo marcado por
las diferentes pausas y la entonación y, de otra parte, el sentido y la sintaxis,
será difícil que se aprenda a puntuar bien en la escritura.
En cuanto a la producción escrita, no puedo entrar, por desconocimiento,
en el detalle de los procesos ligados a las primeras etapas de su aprendizaje,
aunque no quiero dejar de apuntar que sería interesante investigar la posible
incidencia positiva, en el aprendizaje de la ortografía, de las copias caligráficas
de antaño con sus posibles alternativas actuales.
En una obra reciente (Cassany, 1999), se intenta establecer un
diagnóstico de la práctica de la escritura en alumnos de enseñanza media y de
los hábitos docentes relacionados con ella, a través de entrevistas con alumnos
de tres poblaciones catalanas. El primer punto de las conclusiones es: “se escribe
mucho, pero se enseña poco a escribir”8, afirmación
que describe de forma bastante precisa el estado actual de la enseñanza de la
producción escrita.
En general la intervención del docente se centra en la corrección9
del producto terminado, corrección en la que la parte del león corresponde normalmente
a los aspectos ortográficos. Esta actividad, que consume una cantidad de tiempo
considerable, se asocia por parte de los docentes a un cierto sentimiento de frustración;
la sensación de que no hay proporcionalidad entre el esfuerzo dedicado a corregir
y los frutos que se recogen, de que se corrigen una y otra vez los mismos errores
a los mismos alumnos. En obras como la mencionada se insiste últimamente en dos
ideas: la necesidad de planificación previa y la mayor rentabilidad de la corrección
durante el proceso de escritura. Esto que se postula para los aspectos relacionados
con la redacción, es válido también para los ortográficos.
En el trabajo de planificación de un escrito debe haber siempre
un lugar para la ortografía. Se pueden prever los tipos de faltas más usuales
según el tipo de escrito que se va a desarrollar: léxico asociado, formas verbales
características, necesidades de puntuación más comunes. Este trabajo previo facilitaría
el trabajo de autocorrección del alumno, y el de corrección entre alumnos, y daría
mayor sentido a la corrección final del profesor, que podría establecer más fácilmente
una jerarquía adecuada en la valoración de los errores.
La corrección durante el proceso es también importantísima, no
se trata tanto de que el profesor esté encima de los alumnos revisando lo que
hacen, como de que éstos se acostumbren a utilizar todos los elementos de corrección
a su alcance mientras escriben: manuales de ortografía, diccionarios, compañeros
de clase y, desde luego, el profesor.
Enfoques como éste permitirían tratar la ortografía en su contexto
de uso real, como un aspecto importante de las producciones escritas, pero no
sólo de los trabajos escritos con la finalidad de trabajar la ortografía ni únicamente
de los escritos producidos en o para la clase de lengua. En todo caso, el problema
de la enseñanza de la ortografía no puede separarse del problema de la enseñanza
de la escritura y de la lengua en general, y esto es algo que necesita ser abordado
desde una perspectiva global; un planteamiento que debe producirse a la vez desde
abajo, desde la experiencia directa de los docentes, y desde arriba (las autoridades
responsables de la planificación educativa), y que defina qué lugar queremos asignarle
a la enseñanza de la lengua, qué lengua enseñar, de qué manera, con qué medios,
etc. La reforma ortográfica, ya queda dicho, forma parte de un debate aún más
amplio que implica a otros sectores. Nuestra opinión es que debe plantearse seriamente
su posibilidad, pero eso representará un proceso largo y complejo, dentro del
cual un cambio profundo de la forma en que se aborda la enseñanza de la ortografía
sería una de las condiciones necesarias para que una reforma pudiese diseñarse
y aplicarse con garantías, y es urgente en sí mismo para comenzar a modificar
la situación actual que tan insatisfactoria resulta.
Bibliografía-CASSANY, D. Construir la escritura,
Barcelona, Paidós, 1999. -CASSANY, D. Reparar la
escritura, Barcelona, Graó,1993. -ESTEVE SERRANO,
A. Estudios de teoría ortográfica del español, Universidad de Murcia, Publicaciones
del Departamento de Lingüística General y Crítica Literaria, 1982.
-JAY GOULD, S. “El pulgar del panda de la tecnología”, Brontosaurus
y la nalga del ministro, Barcelona, Crítica, 1993. -MOSTERÍN,
J. La ortografía fonémica del español, Madrid, Alianza, 1981.
-POLO, J. Manifiesto ortográfico de la lengua española,
Madrid, Visor, 1990. -PRADO ARAGONÉS, J. “La ortografía
en la enseñanza obligatoria: consideraciones metodológicas”, Español Actual,
Nº 70, 1998, pp. 71-82. -SÁNCHEZ-PRIETO BORJA, P. “¿Es
necesaria una reforma ortográfica del español?”, Cuadernos Cervantes de la
Lengua Española, nº 20, 1998, pp. 9-18. -REAL ACADEMIA
ESPAÑOLA, Ortografía de la lengua española, Madrid, Espasa, 1999.
Notas* Universidad de Alcalá. 1
POLO, J. 1990: 78. 2 MOSTERÍN, J. 1981: 34.
3 El proceso de generalización del teclado QWERTY
y su imposición y supervivencia como estándar frente a competidores más eficaces
ha sido expuesto por el biólogo evolucionista y divulgador científico Stephen
Jay Gould en su artículo “El pulgar del panda de la tecnología”. 4
SÁNCHEZ-PRIETO BORJA, P. 1998: 18. 5 ESTEVE,
A. 1982. 6 Véase PRADO ARAGONÉS, J. 1998: 72.
7 SÁNCHEZ-PRIETO BORJA, P. 1998: 15. 8
CASSANY, D. 1999: 128. 9 Para lo relacionado
con la corrección véase también CASSANY, D. 1993.
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